Ofensiva de los 100 Días I: La Batalla de Amiens

  Tras el fracaso de la Ofensiva de Primavera alemana y la victoria en la Segunda Batalla del Marne del 15 de julio, los ejércitos aliados, especialmente el francés, obligaron al exhausto ejército alemán a proseguir con su retirada durante la segunda quincena de julio. Para el 20 de julio, al norte, los británicos comenzaban a avanzar en Flandes, mientras que en el frente de Soissons los franceses y las divisiones estadounidenses proseguían su avance. Los alemanes eran obligados a abandonar buena parte de las ganancias logradas durante la primavera, como Château-Thierry. El 22 de julio los carros de combate británico volvían a avanzar nuevamente en el sector del Somme, obligando a los alemanes a retroceder unos 11 km.

  Vista la clara situación de debilidad de los ejércitos del Kaiser, el alto mando aliado comenzó a preparar una ofensiva que resultara decisiva de una vez por todas para derrotar al ejército alemán y poner fin a la guerra. El mariscal Foch, el comandante supremo de las fuerzas aliadas, eligió la sugerencia del comandante de la BEF, el mariscal de campo Douglas Haig, de lanzar una ofensiva al sur del frente del Somme, al este de Amiens. La elección de esta zona se debía a que el terreno presentaba unas características adecuadas para el uso masivo de los tanques. Además en ese punto eran donde se juntaban las líneas británicas y francesas, lo que permitía la colaboración de ambos ejércitos.

  La ofensiva comprendería un frente de unos 24 km, y participarían en el ataque divisiones canadienses, australianas, estadounidenses, británicas y francesas. Durante los días previos los aliados lanzaron pequeños ataques locales en otros puntos del frente, como Flandes o al este de Reims, para distraer a las fuerzas alemanas.

Frente de Amiens.

  Las líneas defensivas en el sector de Amiens estaban protegidas por el II Ejército del general von der Marwitz, con 8 divisiones, dos de las cuales se encontraban en reserva. La fuerza inicial aliada estaba formada por el III y el IV ejército británico, que atacarían al norte del rio Somme, las divisiones australianas y las canadienses que atacarían al sur del rio, y el V Ejército francés del general Debeney que cubriría el flanco derecho. El grueso de las fuerzas aliadas fue trasladada a sus posiciones solamente de noche para no levantar sospechas. Un gran número de piezas de artillería se concentraron tras las líneas aliadas. En total se desplegaron unas 32 divisiones y una impresionante fuerza de 580 tanques que fueron distribuidos entre los distintos cuerpos.

El día negro del ejército alemán

  La ofensiva comenzó en la madrugada del día 8 de agosto, bajo una intensa niebla que cubría el frente de batalla. El ejército francés comenzó una descarga de artillería de 45 minutos, mientras que al norte los británicos, canadienses y australianos salían de sus posiciones. Los primeros en avanzar fueron los soldados del II Cuerpo del IV ejército británico al norte del rio Somme, con las divisiones 18ª y 58ª en cabeza. Les siguieron al sur del rio 2 divisiones australianas (la 2ª y 3ª) y 3 canadienses (la 1ª, 2ª y 4ª). Sobre sus cabezas los aviones de la recién creada Royal Air Force mantenían a raya a los aparatos alemanes y castigaban la retaguardia del enemigo.

  A pesar de que el ejército de von der Marwitz se encontraba en situación de alerta, la potencia del ataque aliado les pilló por sorpresa y rápidamente se vieron sobrepasados. A las 7:30 de la mañana las divisiones británicas, canadienses y australianas habían roto la primera línea enemiga y penetrado casi 4 km. A las 11 de la mañana canadienses y australianos continuaron penetrando en el centro de la línea de frente.

Soldados canadienses antes de la batalla.

  Al atardecer los aliados habían avanzado unos 10 km en terreno enemigo, se habían capturado casi 400 piezas de artillería, y unos 31.000 soldados alemanes fueron tomados prisioneros. Buena parte de ellos se rindieron sin haber realizado un solo disparo. Ludendorff describió el 8 de agosto como “el día más negro del ejército alemán”. Esa misma tarde el Kaiser Guillermo telegrafió a Ludendorff: “Hemos llegado a los límites de nuestra capacidad. Hay que acabar la guerra”.

  El 9 de agosto los aliados siguieron empujando y las bajas alemanas continuaron creciendo. El número de soldados que capitulaban sin ofrecer ningún tipo de resistencia iban en aumento. Ludendorff comentó ese día a un amigo que “ya no podemos ganar esta guerra, pero no debemos perderla”.

  Al día siguiente el empuje aliado empezaba a desinflarse. Habían llegado 5 divisiones de apoyo alemanes y los soldados aliados comenzaban a estar exhaustos tras 3 días de ataques continuados. Además una buena parte de los casi 600 tanques, habían sido destruidos o sufrido averías, dejando apenas unas pocas decenas de ellos en funcionamiento. A pesar de ello, otros 24.000 soldados alemanes fueron hechos prisioneros. Ese mismo día los alemanes se retiraron de las pocas posiciones que aun ocupaban en el saliente creado durante la Ofensiva de Primavera y comenzaron a replegarse de nuevo hacia la Línea Hindenburg.

  El 11 y el 12 de agosto la infantería aliada continuó avanzando en territorio enemigo, pero habían penetrado tanto que se encontraron fuera del alcance de protección de su propia artillería, que no podía avanzar al ritmo de la infantería.

Soldados alemanes capturados tras la batalla.

  Finalmente el 13 de agosto, pese a la insistencia de Foch en continuar con el ataque, Haig ordenó a sus hombres detener el avance, que se había vuelto muy mermado en comparación con el ataque del  8 de agosto. Para ese día los aliados habían penetrado 19 km en territorio enemigo, capturado más de 50.000 soldados alemanes y casi 600 piezas de artillería. A estas pérdidas los alemanes debían sumar la cifra de 30.000 muertos o heridos. Por su parte los aliados contabilizaron alrededor de 22.000 bajas entre desaparecidos, muertos y heridos.

El fin está más cerca

  Amiens fue un punto de inflexión. Desde el comienzo del año los aliados se habían mantenido a la defensiva en el frente occidental, y ahora eran ellos quienes pasaban a atacar a un enemigo que se encontraba muy mermado. El 14 de agosto el propio Ludendorff recomendó en el Consejo de la Corona en Spa, que se emprendieran lo antes posible las negociaciones de paz.

  El 15 de agosto, otro de los generales más importantes de Alemania, el Príncipe Heredero Rupert de Baviera escribió: “Nuestra situación militar se ha deteriorado con tanta rapidez, que ya no creo que podamos resistir todo el invierno; hasta es posible que antes se produzca una catástrofe”.

8 de agosto 1918. Cuadro de Will Longstaff que muestra las columnas de prisioneros alemanes.

  Los aliados en cambio no veían un pronto fin para la guerra. Quizás, temiendo repetir las muestras de entusiasmo del pasado, los altos mandos y los gobiernos estaban preparando medidas para lo que sería la guerra en el año 1919, como aumentar el número de convoyes en el Atlántico con más tropas estadounidenses, o la construcción en Châteauroux de una gran fábrica de carros de combate que suministrarían para el siguiente año a británicos, franceses y estadounidenses. Los gobiernos habían caído en la costumbre de combatir, de elaborar los planes militares, y las políticas económicas de guerra tras cuatro años de combate. Pero aunque no eran, o no querían ser conscientes, la guerra estaba prácticamente acabada.

  Con la batalla de Amiens, los aliados habían comenzado la que sería la última gran ofensiva de la Primera Guerra Mundial.

Bibliografía:

  • Gilbert, Martin: La Primera Guerra Mundial. La Esfera de los Libros, Madrid, 2004.
  • La Aventura de la Historia, Nº 239 (Dossier: 1918, El fin de la Gran Guerra). Madrid, 2018. ISSN 1579-427x.
  • Livesey, Anthony: Grandes Batallas de la I Guerra Mundial.  Editorial Optima, Madrid, 1995.
  • Parker, Geoffrey: Historia de la guerra. Akal, Madrid, 2010.

 

 

 

 

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