El fracaso de la operación Gneisenau había dejado a los ejércitos del príncipe heredero en la misma situación que se encontraban a principios de junio, con un frente que formaba un peligroso saliente en el rio Marne. Para el alto mando alemán solo cabían ahora dos posibilidades, o replegarse del saliente, renunciando a los territorios ganados desde marzo cuando comenzó la ofensiva, o seguir empujando con el objetivo de agrandar ese saliente y poner al ejército francés en una posición de desventaja.
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